¿El héroe nace o se hace?

El 15 de julio de 1988 las pantallas de cine de Estados Unidos fueron testigos del renacimiento de un género. Y no es que se haya creado un género aparte; todo lo contrario. Las películas de acción más populares de esa época (en general policiales, como “Dirty Harry”, o “Serpico”) siempre tuvieron como base de la película al héroe basado en un hombre extraordinario. Ya sea por su dureza, su valentía, su reputación, etc. El héroe siempre ha sido una figura que dentro de la ficción cuenta con una cierta superioridad con respecto al resto de los personajes.

Pero todo esto cambió con la llegada del oficial John McClane a la pantalla grande. ¿Porque? Porque McClane no se siente un superhéroe. No pidió que lo llamen ante el primer problema, ni tampoco se entusiasma con la idea de enfrentar una conspiración por si mismo. Es un hombre común que se ve atrapado en una situación fuera de lo común, donde las opciones no existen y la única regla es pelear por sobrevivir. Es que ahí radica la genialidad del personaje. Manda un mensaje que dice: “Acá estoy, no me busquen, porque me van a encontrar”. McClane es un hombre que prefiere estar tranquilo en su casa con su esposa e hijos que en medio de una batalla con explosiones, ametralladoras y villanos. No es un héroe antes del conflicto, y no se considera a si mismo uno, pero es el conflicto mismo que lo fuerza a ser alguien, a tomar el paso necesario y hacerse presente.

Con el pasar del tiempo este esquema de superhéroe copó los estudios. Grandes (y no tan grandes) actores se han visto llamados por esta idea, porque hace que cualquier persona que vaya al cine se identifique con el personaje y diga: “Esto le podría pasar a cualquiera”. Pero todos sabemos que eso no es así, ya que la mayoría de la gente se paraliza en situaciones así, y eso es lo que hace que uno maximice al personaje. Es el público el que inmortaliza a John McClane, y ahí radica su magia.

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